A anhelar la transformación de lo mortal. A vivir con nuestros ojos, sentimientos, pensamientos, puestos en lo que no se ve.
2 Cor 4.16-18 DHH Por eso no nos desanimamos. Pues aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día. Lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera, que pronto pasa; pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
Lo que sufrimos en esta tierra temporal, trae como resultado una gloria eterna. Es lo temporal unido a lo eterno. Es vivir la eternidad desde esta temporalidad. Estamos habitando la eternidad desde una dimensión inferior, este sistema, este mundo, que pronto terminará.
2 Cor 5.1-7 DHH Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda de campaña no permanente; pero sabemos que si esta tienda se destruye, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna, que no ha sido hecha por manos humanas. Por eso suspiramos mientras vivimos en esta casa actual, pues quisiéramos mudarnos ya a nuestra casa celestial; así, aunque seamos despojados de este vestido, no quedaremos desnudos. Mientras vivimos en esta tienda suspiramos afligidos, pues no quisiéramos ser despojados, sino más bien ser revestidos de tal modo que lo mortal quede absorbido por la nueva vida. Y Dios es quien nos ha impulsado a esto, pues nos ha dado el Espíritu Santo como garantía de lo que hemos de recibir.
Por eso tenemos siempre confianza. Sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos como en el destierro, lejos del Señor. Ahora no podemos verlo, sino que vivimos sostenidos por la fe; pero tenemos confianza, y quisiéramos más bien desterrarnos de este cuerpo para ir a vivir con el Señor.
No fallemos en la “consideración” de la transición, del punto de inflexión, entre lo temporal y lo eterno. ¡Lo mortal será absorbido!
Muchos se concentran demasiado, hablan demasiado, se resignan demasiado al momento de esa transición pensando casi exclusivamente en la muerte, con frases como “todos moriremos”. Es un error. Pablo no tenía ese espíritu, siempre habló desde el sentimiento de victoria final sobre la muerte: la transformación, el ser revestidos de lo incorruptible.
Decía: “Dios es quien nos ha impulsado a esto, pues nos ha dado el Espíritu Santo como garantía de lo que hemos de recibir”